LUIS NATERA MAYOR: LA POESÍA COMO UN
ACTO DE HONESTIDAD
Por Antonio Arroyo Silva
En
poesía, lo mismo que en cualquier tarea humana, ante todo honestidad. Esta es
la sangre del tiempo y su latido que principia toda intención. Por un lado,
honestidad con la propia escritura que nos hace saber en todo momento a dónde
queremos llegar, si a la calle de al lado o a las galaxias lejanas. No importa
si deseas llegar a lo próximo, todo el universo se construye con proximidades
comunicantes. Honestidad con el lenguaje que se utiliza: para llegar a la
esquina no necesitas aperos. Tampoco para escalar el Everest; pero sí una
convicción que mueve montañas y cruces de caminos. Y esa convicción es
lenguaje, un lenguaje vivo y rebelde que no se amilana ante la extrañeza.
Honestidad y riesgo, como si recrear esa esquina fuera como escalar todo el
Himalaya, cayéndose y levantándose. Sabiendo que todo es para nada, pero que
esa nada valió la pena. Por otra parte, honestidad para con los demás, no dejes
que el otro caiga. Pero, sobre todo, déjalo levantarse y que siga su propio
camino. No invadas su territorio como domador de serpientes. No te fíes, oirás
las voces y pensarás que son tuyas. Pero no, son los fantasmas que te conducen
al fondo de un abismo. Ese al que irás a flotar de todas maneras, que es lo
mismo que vivir.
Conocí
a Luis Natera Mayor una tarde de hace algo más de cuatro años en el Instituto
Santa María de Guía. Primero junto con Adolfo García nos dio un recital del
poemario que editó conjuntamente con aquel bajo el título Náufrago/ Muerto. Previamente
me había regalado dicho libro y, por supuesto, me encantó sobre todo la parte
de Luis Natera: El lugar del náufrago.
En el recital le pedí a Luis que me recitara el poema «Las
Palmas de Gran Canaria»:
Esta ciudad sin hacer
es mi doncella.
La amo como un perfil sin rostro.
Las estaciones emigraron de su rostro
y maquillaron con polvo su sonrisa
de hembra desaliñada
que sangra en la ladera.
Precisa
y eficaz descripción de una ciudad que es un lugar común de todos nosotros. Si la
isla es mujer, tal como decía el poeta Pedro García Cabrera, Las Palmas también.
Pero Natera lo expresa no sólo como símbolo conceptual sino como imagen.
Todo
esto que vengo diciendo hasta ahora no solo va por el amigo sino por el poeta
Luis Natera, el que se quedó en sus libros de poesía: vida y obra quedaron
truncadas hace ya unos años. Pero a ese tronco ajado por el rayo de la muerte
algunas ramas verdes le han salido, tal como cantaba y contaba Antonio Machado.
No es cuestión de hacerle miles de homenajes a Natera: como persona y poeta se
merece esos y más. Es cuestión en estos momentos de afrontar los textos
poéticos y situarlos en el lugar que le corresponde en la memoria literaria de
la que ya forma parte. Pero la poesía se levanta sola, por su propio peso y
esta de por sí es un homenaje que el autor nos hace a nosotros los poetas que
seguimos viviendo con nuestra piedra de Sísifo en nuestras espaldas.
Dice
el propio Luis ya desde sus inicios: «Me
muevo por la casa/ y los objetos me rinden un homenaje/ porque se sienten míos,
atados/ al silencio que a diario compartimos». Y no solo los objetos, sino
las personas que de alguna manera lo rodeamos en su vida desde la mayor
intimidad a la fugacidad de los instantes de amistad inolvidable. Ya desde este
poema titulado «Me muevo por la casa» Luis Natera necesita definir desde la
poesía de su libro Llenaré de lunas tu
equipaje el entorno, la casa, la habitación, el hábitat poético. Los
objetos cobran entidad humana, tan solo por la voluntad creadora. Su poesía aún
no se decanta por la transcendencia o la inmanencia; es decir, por esa mirada desde arriba o desde abajo. No obstante, tiene muy claro que el material de la
poesía son el lenguaje y su propia respiración.
Cabe
decir que Luis era una persona profundamente religiosa; pero, sobre todo, es
importante afirmar que esta profundidad religiosa caló en el verso entre el ascetismo
contemplativo del estilita y la imposibilidad mística de Juan de la Cruz del decir
la palabra comunicante con Dios y, por ende, con la poesía. De ahí viene la
lidia y el celo de nuestro autor por la palabra precisa. Véase en el poema «Qué
más puedo decir» del libro Únicamente el
alba:
¡Qué más puedo decir! Te
doy mi boca
y el resto de mi ser para
que hables.
Véase
también un fragmento del poema «Impotencia» de su
poemario Premonición:
No escribe ya mi sangre su poema
sobre el mantel azul
de la mesa encendida,
ni acercan los objetos sus costumbres
a este frío invierno.
Aquí
nos encontramos con un cambio de ese homenaje que rinden a los objetos de sus
inicios: pasamos a una visión que se proyecta hacia el misterio de la creación,
hacia lo premonitorio. Nos encontramos en este poema y, por tanto en esta etapa
poética de Luis, con unos interrogantes que suponen una evolución en sus
planteamientos: ¿Cuántas[veces] te pareció/que era tu impulso fuego/y tu
celo de Dios/tangible encuentro con el gozo? Y, a continuación, por medio
de una adversativa llega el interrogante, cuya respuesta, por desgracia hoy
sabemos: su propia muerte:
pero…¿cuántas lágrimas caídas
resucitó la muerte,
como si el peso de tu sangre
arrancara gemidos a la nada
y un cauce de dolor
te impidiera de pronto alcanzar la
otra orilla?
El
libro Premonición no solo trata el
tema de Tomás el Apóstol de que la duda nos hará santos, sino—concretamente en
el fragmento anterior—de que se entra en una tradición, podría decir ya
constante en la lírica contemporánea de Canarias: la visión anticipada de la
propia desaparición física del poeta. Esto mismo vemos en poetas como Félix
Francisco Casanova, Leocadio Ortega, Dulce Díaz Marrero, Ernesto Delgado
Baudet, por desgracia desaparecidos en plena juventud.
Sirvan
estas palabras no como un análisis profundo de la obra del poeta Luis Natera
Mayor, sino como un acercamiento a algunas de las constantes que impregnan
parte de su obra. Otra buena parte permanece de forma manuscrita y,
seguramente, Luis no la dio a la estampa antes de su fallecimiento porque,
según su criterio y su celo estilístico, no obedecían a ese plan trazado por
él, a ese compromiso total que nuestro poeta había asumido con la palabra
poética, pero que él vio ya casi a la vuelta de la esquina en ese momento en
que al cerrar los párpados vio los círculos dorados. Curioso: el que escribe
estaba escuchando una grabación—con voz del autor— el poema que aludo cuando me
dieron la noticia de su muerte. La obra poética de Luis Natera Mayor es un acto
de honestidad, como decía al principio. Y mucho más.
Enero de 2017.
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